José María Arguedas y el socialismo libertario
A propósito del centenario de nuestro “Amauta”
Como ya es de conocimiento público, este año se conmemoran los cien años del natalicio de José María Arguedas, quien fuera no solo un prolífico escritor con talante universalista, sino un antropólogo acucioso, y dedicado al estudio y revalorización de la cultura originaria e indigenista del Perú profundo, que a pesar de ser relegada y expoliada de la oficialidad nacional, se muestra emergente desde hace décadas construyendo un imaginario diferente en las relaciones sociales por un país y un mundo mejor.
}
A inicios de este año se dio una suerte de polémica en torno a la denominación oficial que debería llevar nuestro país en este periodo anual, decidiéndose -el 31 de diciembre pasado- el entonces gobierno de Alan García, por el centenario del “descubrimiento” científico de Machu Picchu, con claros afanes astutos para publicitar turísticamente la devolución de las piezas arqueológicas que aún tiene la Universidad de Yale, y además con el propósito de burlarse del sentir popular, pretendiendo que el nombre de Arguedas no sea perennizado ni ensombrezca el Nobel ganado, a costa de la remembranza hipócrita, por Mario Vargas Llosa. Tampoco olvidemos que el entonces vicepresidente, Luis Giampietri propuso que este año fuera el del Centenario del Primer Submarino Peruano. Es decir, cualquier cosa, menos Arguedas.
Pero, bien vale la pena recordar que el rechazo personal, del ex presidente Alan García, hacia el homenaje nacional al pensador indigenista no es un hecho reciente ni aislado, ya que el odio del Apra contra Arguedas data de hace bastante tiempo. Este rencor del partido de Haya De la Torre se extiende hacia casi toda la intelectualidad progresista o revolucionaria, desde José Carlos Mariátegui. O, incluso, recordemos que un tiempo quisieron apropiarse –taimadamente- de nuestro Manuel González Prada, pero el pensamiento del gran anarquista los rebasó y asfixió.
Sin embargo, al margen de la mezquindad aprista, Arguedas siempre será recordado por su pensamiento tan cercano al sufrimiento de los más necesitados del Perú, algo que ni García, ni Giampietri, ni Vargas Llosa, ni la oficialidad servil, conocen. Al parecer, ni siquiera importó que el legado de Arguedas fuera estudiado por numerosos especialistas, intelectuales, nacionales y extranjeros, desde Rouillón, Losada, Rama, Escobar, A. Cornejo Polar, Castro Klaren, Lienhard, Forgues, entre otros varios.
En tanto, se sabe que José María Arguedas nació en Andahuaylas -una de las zonas más pobres y olvidadas de nuestro país-, es por esto que los personajes de su obra son parte de esa realidad y están inmersos en el problema de vivir en un país dividido en dos culturas: la andina de origen quechua y la urbana de raíces europeas, donde el mestizaje no cuenta, a pesar de ser un país multirracial. Por ello, su mérito está en presentar todos los matices de un país en acelerado proceso de mestizaje, sin olvidar las diferencias de clases sociales marcadamente antagónicas.
Oralidad y cultura popular en Arguedas
William Rowe, en su libro Mito e ideología en la obra de José María Arguedas (1979) se hace la pregunta de ¿por qué el escritor andahuaylino recurrió a una cultura sin literatura escrita?, refiriéndose, obviamente, a la cosmovisión quechua. Y a manera de respuesta, cita el texto desarrollado en el ensayo Salvación del arte popular, donde se señala que “cuatrocientos años de catequización cristiana mediante cánticos y oraciones en quechua, y flagelación de los idólatras, dieron por resultado una afirmación más rotunda y honda de las antiguas creencias llamadas idolátricas. Esas creencias protegieron y protegen aún a la población subyugada”.
A esto, la escritora Rosina Valcárcel, señala que “Arguedas puntualizó la necesidad de dar preferencia a la literatura oral, tanto porque su estudio sistemático apenas se había iniciado en el Perú, como porque es la expresión tradicional más vulnerable a los factores que impulsan los cambios de la cultura, extinguiéndose por esa causa más rápidamente que la música y la danza. Afirmó, además, que la cultura quechua funciona como una forma de defensa contra el mundo misti y enfatizó el dilema que plantea los lados positivos y negativos del mito”. Por ello, el libro Yawar fiesta (de Arguedas) constituye un momento crucial en la trayectoria de este autor, porque a partir de este texto comienza a ver el mito como un principio racional y un motor de acción, mientras que lo irracional está representado por el comportamiento de los mistis (analogía de occidentales o enajenados).
Entonces, encontramos en Arguedas la ilustración notable de lo que fue el oprobio, el maltrato y el sometimiento de siglos y al mismo tiempo la esperanza de libertad del campesinado y los pueblos originarios. Del mismo modo, es tan clara la influencia vivificante de la realidad subjetiva del universo andino en su alma que su obra está impregnado de ese espíritu. En este contexto, citemos sus palabras cuando señaló que “no por gusto, como diría la gente llamada común, se formaron aquí Pachacamac y Pachacútec, Huamán Poma, Cieza y el Inca Garcilaso, Túpac Amaru y Vallejo, Mariátegui y Eguren, la fiesta de Qoyllur Riti y la del Señor de los Milagros; los yungas de la costa y de la sierra; la agricultura a 4, 000 metros; patos que hablan en lagos de altura donde todos los insectos de Europa se ahogarían; picaflores que llegan hasta el Sol para beberle su fuego y llamear sobre las flores del mundo. Imitar desde aquí a alguien resulta algo escandaloso. En técnica nos superarán y dominarán, no sabemos hasta qué tiempos, pero en arte podemos ya obligarlos a que aprendan de nosotros y lo podemos hacer incluso sin movernos de aquí mismo”.
Pensamos con Valcárcel que “valorar lo andino, desde la dimensión arguediana, significa no sólo recordar los intihuatanas o relojes solares, o los poemas míticos como expresión de una gran cultura, sino alentar la necesidad de nuevas formas de relacionarse con los hombres y mujeres andinos y con los productos culturales de estas gentes, reivindicar su potencialidad y autonomía en los marcos de una convivencia política donde el racismo no siga condenándolos a la miseria y la enajenación permanentes, o a las masacres dentro de sus propias comunidades”.
Por ello, se puede afirmar que la propuesta de Arguedas despertó interés por el estudio y teorización acerca de la cultura propia (con arraigo popular y autóctono) entre diversos estudiosos y científicos sociales recién al final del decenio de la década de los 70. En este marco se van a dar distintas interrogantes y reflexiones sobre el carácter de la cultura, la problematización de la identidad nacional, lo popular y lo artístico, el papel del campesino y el indígena en los procesos sociales, el carácter feudal del campo y el agro, las relaciones de exclusión entre la capital y el resto de provincias, la marginación y marginalidad de otras culturas distintas al modelo occidental. Estos temas son abordados en diversos trabajos por intelectuales e investigadores como Augusto Salazar Bondy, José I. López Soria, Antonio Cornejo Polar, Manuel Baquerizo, Alberto Escobar, Guillermo Lumbreras, Wilfredo Kapsoli, Rodrigo Montoya, Alberto Flores Galindo, Manuel Burga, Carlos Iván Degregori, Nelson Manrique, Sinesio López, José Luis Ayala, Nicolás Matayoshi, entre otros.
En tanto, podemos afirmar que con Arguedas se da un estudio detallado y expositivo del mundo andino no con desdén ni paternalismo –como muchas veces se abordaba- sino con la peculiaridad de quien narra lo vivido con ojos prístinos y que cuyo interés es dar a conocer las riquezas culturales y vivenciales de un mundo que siempre estuvo pero que se pretendía destruir en nombre del progreso y el desarrollo económico.
Es así que mientras los intelectuales autodenominados “modernos” se empeñan en anunciar la “evidente” descomposición de las culturas andinas como efecto de los avances de la modernización, tres décadas antes José María Arguedas se dedicó a estudiar este fenómeno desde su perspectiva que contradice a la oficialidad. Es decir, él afirma la “andinización de Lima”, el centro de la cultura criolla y mestiza. Puesto que Lima empezó a ser invadida desde dentro, por millones de indígenas (“provincianos”) que trajeron, además de su fuerza de trabajo para ofrecerla en los centros laborales, sus vivencias, sus danzas y canciones y su extraordinaria espiritualidad, ignorada o ninguneada aún por la cultura elitista.
Arguedas y la conciencia social
La revalorización de la cuestión social en Arguedas no es un mero recurso literario o simplemente “humanitario”, sino que es el producto de años de formación y consolidación de lo que en un principio fue un perfil de sensibilidad innata, propia del hombre ajeno a los vicios occidentales, y luego hacia la construcción de una identidad cabal en defensa de los derechos humanos, la diversidad cultural, el socialismo y la libertad, como garantes de un modelo societario superior y más equilibrado, distinto al esquema actual.
El periodista e investigador, César Lévano señala en su libro Arguedas. Un sentimiento trágico de la vida (reedición) que “la creencia en el socialismo era en él (Arguedas) una buena esperanza; pero no una convicción, una razón para pelear y vivir”. Aunque no estemos del todo de acuerdo con esta afirmación, queda claro que el escritor andahuaylino no fue un militante orgánico, aunque estuvo un tiempo con el Partido Comunista del que se desengañó y “tuvo un pleito muy serio y algunas expresiones muy duras contra el PC oficial”, tal como señala el mismo Lévano. Por ello, es justo decir que Arguedas tuvo un sentimiento socialista, un compromiso social, pero no una militancia o participación partidista, quizás justamente por su personalidad abocada a la construcción de nuevas relaciones sociales acentuadas en la visión y el vivir de los de abajo, de los excluidos, que lo llevó a valorar más la vida comunitaria, horizontal, libre y diversa, ajeno a estructuras verticales, autoritarias y excluyentes.
En el mencionado libro también se reseñan hechos de su juventud, a manera de primeros pasos en su camino de compromiso y combatividad, como cuando en 1937, el general Camarotta fue “enviado por la Policía mussoliniana para ayudar a la reorganización de sus cófrades peruanos, partió de su alojamiento con destino a la Universidad de San Marcos (…) (donde) un grupo de estudiantes se lanzó con furia contra el alto jefe, lo prendió y arrojó a la pileta” de la Facultad de Derecho. “Era un trío muy interesante el de José María Arguedas, Manuel Moreno Jimeno y José Ortiz Reyes; y antifascistas. Como toda la intelectualidad de la época, eran solidarios con la República Española”, agrega César Lévano en una entrevista sobre la reedición de su libro.
“Los estudiantes estábamos al tanto de los acontecimientos mundiales y tomábamos partido. Había entre los estudiantes verdadera identificación con la causa de la República Española y total aversión al fascismo”, anota Alfredo Torero, citando al mismo Ortiz Reyes, en el apartado “Testimonio” del mismo libro. Arguedas conoció los avatares por la defensa de la tierra y la libertad que se vivía en España, por los milicianos anarquistas, comunistas o republicanos.
Son estos primeros pasos de su juventud solidaria con las causas humanas que hacen de José María el personaje íntegro, destinado a rescatar del foso del olvido, a esa cultura milenaria que crecía en los andes profundos. Y fue él quien impregnó nuestra literatura de una nueva visión del mundo fuera de la capital costeña y centralista, trayendo al conocimiento colectivo los saberes originarios de pueblos enclavados en la historia y que a pesar de su riqueza cultural eran relegados por las corrientes hispanistas o europeizantes tan de boga en los círculos intelectuales de entonces.
La formación intelectual que a continuación mantiene Arguedas da más rasgos de su perfil social y político. Por ejemplo, en cierta ocasión va a señalar que: “fue leyendo a Mariátegui y después a Lenin que encontré un orden permanente en las cosas; la teoría socialista no sólo dio un cauce a todo el porvenir sino a lo que había en mí de energía, le dio un destino y lo cargó aún más de fuerza por el mismo hecho de encauzarlo. ¿Hasta dónde entendí el socialismo? No lo sé bien. Pero no mató en mí lo mágico”.
Esta suerte de confesión, si se quiere, no solo denota el talante original y profundo que siempre mantuvo Arguedas -al manifestar su acercamiento al socialismo a través de iconos del marxismo clásico para Latinoamérica (Mariátegui) y el mundo (Lenin)- sino que no olvida sus primeros descubrimientos del socialismo, a través de su rama libertaria; es decir, conoció y bebió de primera fuente del anarquismo peruano (como veremos más adelante), lo cual de algún modo tuvo que ver en su énfasis por sostener su cosmovisión popular y propia, la que no ha sido arrancada. Es decir, no se alinea con directrices estrechas o dogmas de pensamiento único.
Entonces, frente a la interrogante que se plantea acerca “¿De qué modo cumplir la relación positiva mito-liberación? La falsa contradicción entre modernidad y tradición, tan popular en las ciencias sociales en el Perú, es superada por Arguedas en su propuesta de un socialismo integrador, transparente, humanista”, tal como señala Rosina Valcárcel en su texto Perú: Arguedas y el socialismo mágico. Una primera aproximación.
Arguedas, cuestión indígena y anarquismo
Es probable que hablar de Arguedas y de anarquismo en un mismo texto puede resultar curioso, cuando menos, para muchos; pues al desconocer el carácter de la corriente anarquista (socialismo libertario) y su papel en nuestro país quizás no se comprenda la relación que puede trazarse entre el pensador indigenista y las tesis libertarias en nuestro país.
Primero, apuntemos que Arguedas viene del mundo andino, de las raíces del Perú profundo, donde el sujeto principal es el campesino o el indígena dentro de su propia cosmovisión. Es allí donde se van a poner en debate “el problema del indio” y su emancipación.
Entonces aquí podemos tejer el primer parangón, puesto que la cuestión indígena es tocada primigeniamente –desde un punto de vista social- justamente por un anarquista, nada menos que Manuel González Prada que en 1904 redacta su artículo –inconcluso- llamado “Nuestros indios” (incluido posteriormente en su libro Horas de lucha) donde hace un análisis detallado de la situación del indígena dentro de la república peruana, la cual había heredado todos los vicios de la colonia virreinal.
“Bajo la República ¿sufre menos el indio que bajo la dominación española? Si no existen corregimientos ni encomiendas, quedan los trabajos forzados y el reclutamiento. Lo que le hacemos sufrir basta para descargar sobre nosotros la execración de las personas humanas. Le conservamos en la ignorancia y la servidumbre, le envilecemos en el cuartel, le embrutecemos con el alcohol, le lanzamos a destrozarse en las guerras civiles y de tiempo en tiempo organizarnos cacerías y matanzas como las de Amantani, Ilave y Huanta”, sentencia agudamente Prada.
Este escrito temprano en la pluma del pensador anarquista despierta la necesidad –en los obreros e intelectuales de la costa- de acercarse más al mundo rural y de enlazar las demandas proletarias a las del campesinado y de las comunidades indígenas en busca de un solo bloque popular que se posicione en la lucha por la emancipación de los oprimidos. Es por ello, que a partir de la consolidación de las ideas anarquistas en los centros urbanos y laborales del país, que se va a problematizar la cuestión nacional hacia una lucha de liberación revolucionaria.
Era común encontrar en los primeros periódicos anarquistas y obreros libertarios de la época, como Los Parias, El Oprimido, El Hambriento, La Humanidad, etc., artículos de denuncia por los abusos cometidos contra los indios de la sierra, contra la prepotencia de los gamonales en contubernio con el gobierno, la iglesia y el ejército, entre otras cosas. Hasta documentos publicados donde se analizaba lo que fue el Perú antiguo, sus culturas pre-incaicas y el propio incanato, en busca de paralelos con los ideales socialistas de redención y colectivismo. Ya cuando salió a la luz el periódico La Protesta, el arraigo de las ideas libertarias en el campo estaba más definido. Por ejemplo, en Huaral, Huacho por citar algunos pueblos a las afueras de Lima y luego en Arequipa, Cusco, Cajamarca, Tarma, Jauja, Ayacucho, etc., entre las ciudades más grandes de la sierra peruana. Incluso sus páginas albergaron encendidas proclamas de solidaridad con la naciente Revolución mexicana, de marcado carácter campesinal y agrario, con destacada participación de los hermanos anarquistas Flores Magón, entre otros.
Asimismo, podemos agregar lo dicho por el investigador Wilfredo Kapsoli, a propósito de la reedición de su libro Los ayllus del sol: “el fenómeno del anarquismo no solamente fue una ideología que comprometió y permitió que los sindicalistas obreros urbanos actuaran bajo ese signo realizando una seria de protestas y reivindicaciones, fundamentalmente la conquista de 8 horas de trabajo; en mi libro se llega a demostrar que hubo una andinización del anarquismo, esto es que esta ideología no solamente capto líderes campesinos, sino también propició la formación de un periódico, Tahuantinsuyo, la creación de la Confederación Obrera Regional Indígena Peruana y también la práctica de una serie de congresos indígenas que no solamente captaban militantes anarquistas sino también proponían un programa reivindicativo que se sustentó básicamente en la búsqueda de la destrucción del poder, búsqueda de la libertad, el cultivo del arte, la identificación con la naturaleza”.
Documentos de la época, así como actas de congresos demuestran que los militantes anarquistas actuaron de manera paralela y también en alianza con los indígenas que “intentaban restaurar el Tahuantinsuyo”, como una forma de retorno a la vida colectivista, milenaria y de equilibrio social, practicado antes de la llegada de la invasión europea.
En este contexto podemos rescatar –claramente- al indígena y luchador anarquista, Ezequiel Urviola, quien fue uno de los animadores de la propagación de las ideas libertarias en el Perú profundo, gracias al contacto con obreros anarquistas de la capital como Delfín Lévano o el mismo maestro Prada. Veremos el actuar de Urviola cuando entrado los años 20 el gobierno intenta reprimir a los núcleos anarquistas del sur (Puno, Arequipa, Moquegua, Tacna) y cortar sus lazos con el anarcosindicalismo de Lima, pero sin éxito puesto que los libertarios al actuar de forma descentralizada eran más difíciles de ser desbaratados.
Entonces, es en 1920 que el entonces presidente Leguía tomó la decisión de promulgar la Ley de Conscripción Vial que despertó agitaciones fuertes dirigidas por anarquistas en contra de la opresión estatal y la coerción laboral. “La Ley de Construcción de Carreteras como se le llamaba eufemísticamente tuvo el efecto de inspirar a una permanente anarquista coordinada contra el reclutamiento en la década de 1920”, apunta Steven Hirsch. Tres años después (1923), el Tercer Congreso Nacional del Indio, bajo el liderazgo del indígena anarquista, Ezequiel Urviola, quien se desempeñó como secretario general, pidió la abolición de dicha ley.
Toda esta efervescencia tuvo su auge hasta inicios de los años 30 y al estar impregnado en el quehacer de las comunidades rurales del país, Arguedas tuvo que conocerlo y entenderlo. Además es necesario rescatar que el pensador andahuaylino cuando vivió y trabajó como profesor en Sicuani (Cusco), era un asiduo visitante de la biblioteca comunal “El Ayllu”, fundado por Miguel Ángel Delgado Vivanco, uno de los tres hermanos anarquistas muy conocidos y respetados en Cusco y Apurímac. Además Arguedas siempre rememoraba –melancólico- el dulce sonido del carnaval de Tambobamba (y este pueblo fue fundado por Erasmo Delgado V. -Encino del Val- quien fuera discípulo personal de Manuel González Prada, y por quien José María sentía mucho afecto). El tercero y ultimo de los hermanos Delgado Vivanco, también fundó otra biblioteca anarquista, en Cotabambas.
Por ello conoció de cerca el pensamiento de Prada, que lo acerca al sentir humanista y marca su visión internacionalista y solidaria, como apunta la peruanista francesa Isabelle Tauzin, al señalar que “Arguedas va a España para hacer su investigación sobre las comunidades españolas y relacionarlas con las comunidades del Perú. Y también pasa a Argelia, y lo que me ha sorprendido es que en esos momentos de la guerra de Argelia él ve a los argelinos como más esclavizados, considera que viven una situación de feudalismo peor que los colonos del Perú, lo que es asombroso. Hay esa mirada de la otredad, ese acercamiento al otro a un mundo que ya no es el andino”.
Tauzin señala, asimismo, que “González Prada siempre es actual, como Arguedas. Es un hombre que no teme decir lo que piensa, pero que al mismo tiempo es sumamente tímido. Hay una parte importante de sus ensayos que es muy interesante y ha sido muy poco estudiada. Son los artículos que se publicaron en Los parias, que son de un tipo distinto a los reunidos en Horas de lucha, pues son artículos sobre la vida cotidiana, lo que está sucediendo en la calle, las huelgas, es otro acercamiento a la realidad”.
Conclusiones
Podemos afirmar que la voz de Arguedas aun hoy está vigente y demanda que la única posibilidad para salir de las grietas históricas de razas y culturas que se inició en el Perú desde la colonización tiene que ver con la reestructuración radical de las relaciones sociales de dominación y exclusión. El racismo hoy sigue campeando y cada vez se solidifica e incluso institucionaliza, creando desigualdad y violencia social y política.
Del mismo, queremos señalar que no pretendemos desdibujar o forzar la figura de Arguedas y pretenderlo parte de alguna corriente política en concreto. Solo hemos acercado aspectos de su vida que quizá son poco conocidos para justamente entenderlo en su verdadera dimensión de hombre pensante, humano y preocupado por los ideales del buen vivir y la libertad. Y justamente en ello radica la noción de “libertario” que hoy señalamos, de la búsqueda incesante por nuevos aspectos más igualitarios y justos de vida cotidiana, por la destrucción de lo que es y la construcción de lo que debiera ser.
En tanto, sobre Arguedas se ha dicho mucho y se dirá más todavía, y seguro habrá quienes sigan intentando –vanamente- petrificarlo en una suerte de tótem abstracto, alejándolo de las masas que hoy más que antes, se reflejan en sus escritos, en su llamado a la unidad de todas las sangres, en su vocación por los zorros de abajo, en su mirada aguda hacia los ríos profundos. Frente a ello, es necesario una y mil veces más rescatar al hombre, al compañero y traerlos al andar militante de todos nosotros.
Poco importa, por ello, los homenajes oficiales que se le puedan hacer desde las esferas del poder político. Poco importa, incluso, si sectores políticos quieran ufanarse con su nombre y sentirse sus herederos. Importa más su verbo hecho carne en los nuevos sueños por forjar un nuevo mundo. Importa más el legado de sensibilidad que dejó y que no podrá ser empañado con páginas trágicas o grises de su propia vida.
Por ultimo, fue Arguedas un acérrimo defensor de la herencia cultural andina, fue un “amauta” (que en lengua sublime quechua quiere decir “maestro”) explorador del alma campesina nativa y noble, fue un antifeudal denunciador de masacres, de atropellos y de abusos de los gamonales y patrones, fue un vibrante lírico de la naturaleza autóctona, de las tradiciones orales sabias y de las expresiones artísticos y humanas reflejadas en canciones, danzas y pinturas populares, fue adherente de un socialismo humano, construido desde abajo, sensible, redentor y libertario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario